El retrato es, sin duda, el género más singular en la pintura de Rosario Clavarana, con el que más se identifica y donde sus cualidades artísticas alcanzan mayor vigor, soltura y brillantez.
En su trayectoria reciente, un buen elenco de retratos de personajes pertenecientes a instituciones políticas y universitarias, del mundo empresarial, particulares y algunos familiares rubrican sus extraordinarias dotes y capacidades para pintar el ser humano desde la óptica de un realismo reposado y lleno de equilibrio, además, de hacer emerger -con gran sutileza- los más relevantes rasgos y cualidades individuales que caracterizan a sus modelos.
Es, como ha manifestado alguna vez, una pintura en positivo; una actitud que le incita a encontrarse con lo mejor de cada personaje.
Los pinceles de la artista han dado vida figurativa también a un ciclo de sugestivos paisajes urbanos, ámbitos representativos de esa Granada que es patrimonio de la humanidad:
La rotonda-cabecera de la catedral vista desde la Gran Vía, sin duda su contemplación más hermosa;
El grandioso Recinto nazarí, con Sierra Nevada como inconmensurable telón de fondo;
Plaza Nueva engalanada con la fachada manierista de la Chancillería y la Iglesia de San Gil y Santa Ana, sus referentes monumentales más emblemáticos;
O la Carrera del Darro, una vieja arteria urbana caprichosamente jalonada de vetustos palacetes y caserones que se asoman al curso del río.
En todos ellos, la pintora ha evocado -con virtuosismo técnico, mimo y sensibilidad- la esencia del ánima de Granada.
La vocación hacia el realismo le llevó también al bodegón, un género que la pintora interpreta desde un prisma de extraordinaria cercanía, sencillez y elegancia; sus lienzos, ricos en sutilezas, soslayan lo vulgar sustentados en una refinada recreación del natural; las monocromías-fondo, tan usuales en sus bodegones, incentivan la cercanía de los motivos figurados.
Rasgos, en síntesis, que están en la génesis y ejecución de obras tan sugestivas como: Ramo de lirios blancos, estilizado manifiesto de hermosa fragilidad; Mimbre con margaritas, etérea apropiación del espacio; Granadas, vigoroso reclamo cromático sobre el blanco del mantel; o Cobre con caléndulas, armónico compendio dorado-amarillo impactado por la reverberación lumínica de la bruñida jarra de metal.